viernes, 5 de junio de 2009

Cuatro flores, cuatro



Tengo dos aguacates, tres laureles, un limonero, un naranjo y un mandarino, además de una cebolla y una tomatera. Sin hablar de claveles, potos, alegrías de la casa, troncos de Brasil, mentas, cactus varios y otros representantes del mundo vegetal.

Esto no tendría mayor importancia si yo fuera propietaria de un huerto o un jardín. Pero vivo en un piso de unos 60 metros cuadrados útiles, así que mis plantitas crecen en las correspondientes macetas y jardineras.

Mis laureles llegaron a casa hace algo menos de un año. Apenas medían 10 cms desde la raíz hasta la punta más estirada de sus dos hojitas. Hoy han duplicado su tamaño y multiplicado por cuatro el número de hojas. Y siguen dispuestos a acompañarme durante mucho tiempo, porque son de crecimiento bastante contenido.

El caso de los cítricos es distinto. Proceden de un cuidadoso proceso de selección de huesos, de entre los frutos que más me gustaron por la cantidad y calidad de los zumos que me proporcionaron. Ya sé que no voy a recolectar naranjas ni limones, pero si consigo tener alguna vez, aunque pasen muchos años, una sola flor de azahar, me daré por satisfecha y me consideraré muy afortunada.

A mí me gusta ver cómo van creciendo mis plantas desde el principio. Disfruto poniendo semillas, metiendo en un tiesto una rama que haya caído desde alguna terraza, entresacando esquejes para regalar a algún amigo, encontrando el rincón de la casa donde mejor se desarrolle cada una. Cuando se hacen grandes, aunque las siga cuidando y mimando igual, me gustan un poquito menos.

Pero quería hablar de mi tomatera. No sé como apareció en una maceta, aunque puedo imaginarlo. El caso es que yo no la planté, pero le busqué un tiesto que yo pensé que sería suficiente para su desarrollo y ví cómo iba creciendo, echando ramas, engrosando su tallo principal y perfumando mis manos cada vez que la tocaba. Parecía que solo iba a tener hojas y más hojas pero, hace cinco días observé cuatro diminutos capullitos que hoy ya son preciosas flores amarillas. Y van apareciendo otras cabecitas de alfiler que me van a garantizar, si la cosa no se tuerce, el poder disfrutar de alguna que otra ensalada totalmente artesanal y absolutamente ecológica.

¡Nunca agradeceremos bastante este magnífico fruto llegado de allende el océano!

2 comentarios:

Douce dijo...

Ya me gustaría tener unos leves conocimientos de jardinería y horticultura, aunque sólo fuera para distinguir las plantas y flores más ordinarias. Y luego tener la santa paciencia para cuidarlas.

Fue un don que no me concedió el Cielo, o a lo mejor sí, y no he tenido ocasión de cultivarlo. Es una estupenda manera de contemplar la vida en una de sus múltiples facetas.

Aquí hay tomates.

M. Luz dijo...

Pues es como todo. Te tiene que gustar. Yo tuve la suerte de crecer rodeada de plantas y no he renunciado a ellas, aunque adaptándolas al espacio.

Tu papá y tú os habeis dedicado a otros cultivos y no creo que se os haya dado mal, pero nunca es tarde para aprender si queréis hacerlo.