miércoles, 31 de diciembre de 2014

DOCE UVAS, DOCE

¿Y Por Qué?

Me gusta la Navidad, siempre me ha gustado. 
Toda la vida he disfrutado en estas fechas, desde mi remota niñez hasta hoy mismo. La perspectiva ha ido cambiando constantemente  a lo largo de la vida, pero manteniendo en cada época ese regusto especial de unos días que intentan seguir siendo diferentes.
La iluminación de las calles; las decoraciones en escaparates, con sencillos o elaboradísimos nacimientos; las tentadoras tiendas de juguetes y regalos; las prisas en las compras de última hora; el repaso a la casa para que todo esté lo más agradable posible; el retorno de los viajeros; la añoranza de los ausentes; la cena de Nochebuena; las reuniones familiares que siempre fueron armoniosas y distendidas, incluso en los momentos menos propicios para ello; los pequeños de nuevas generaciones que se van añadiendo al grupo; los amigos solitarios o perdidos en la ciudad que siempre son bienvenidos...





El único punto discordante para mí siempre ha sido esta tontuna de las doce uvas. Por supuesto que las he tomado, me he atragantado con ellas, he acabado antes de la última campanada o mucho después, he formulado deseos que se repetían a partir de la octava campanada porque tampoco quería tantas cosas. He seguido los rituales de oro en la copa del brindis, la lencería roja, el pie izquierdo en el aire con el riesgo de darte un castañazo, el entrechocar de las copas  e, incluso, el pasarme alguna noche en blanco haciendo el ganso sin mucho convencimiento (me falta interés y salero en las fiestas), añorando mis sábanas la mayoría de las veces. Me sé de donde viene la tradición, pero no entiendo por qué todo el mundo se siente con la obligación de brindar con champán o cava después de casi ahogarse con las uvas de la suerte, bastante dudosa por cierto. 

Y a estas alturas, con mi leve problema de claustrofobia, no soporto bien el verme rodeada de gente por todos mis puntos cardinales y llevo muy mal los gritos desaforados, los matasuegras,  las carracas y los petardos machacándome los oídos. De manera que nadie me va a encontrar esta noche en la Puerta del Sol haciendo el moñas.  Ni pienso descorchar cava. Y todavía me estoy pensando lo de las uvas. No he decidido si me las voy a tomar en su punto o muy maduras.  Vamos, que por si acaso, tengo puestas a remojar doce pasas sultanas y otras doce de corinto, junto a la docena de uvas del Vinalopó. Veremos cuáles son las afortunadas a última hora.

Y que todo nos vaya bien, con o sin uvas.



                                   Para ver y oir la versión "más fresca", pinchar aquí

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